Como todos sabemos, tratar de describir con palabras el aroma y el sabor que nos transmite un vino no es una cosa sencilla. Y es que, al ser el vino una bebida que cuenta con infinidad de matices, las sensaciones que va a producir en nosotros serán casi siempre tan subjetivas que cualquier intento de definirlas conducirá, seguramente, a un callejón sin salida. Si alguna vez has estado en una cata, es muy probable que hayas sentido que la descripción que te han dado de un vino no tiene nada que ver con lo que tú has percibido al olerlo o probarlo, o que tus impresiones difieren radicalmente de las de tus familiares, amigos o vecinos de cata. Pero ¿sabrías decir, por ejemplo, si un vino es afrutado, o diferenciar entre uno dulce o semidulce? Y es que uno de los errores más frecuentes a la hora de pedir un vino en un restaurante o en una tienda es creer que los afrutados tienen que ser obligatoriamente dulces, cuando lo cierto es que existen una gran cantidad de vinos que son secos y afrutados al mismo tiempo. A continuación, te mostramos las diferencias entre vinos afrutados, dulces y semidulces.
El aroma y el sabor del vino
El vino contiene elementos que estimulan tanto nuestras papilas gustativas como nuestro olfato, proporcionándonos los diferentes sabores y aromas que percibimos al degustarlo. Y va a ser precisamente la relación entre el sabor y el olor de un vino lo que lo que va a dotar de armonía y equilibrio. Puede suceder, por ejemplo, que un vino blanco, con baja acidez, anule el frescor de su aroma o que la excesiva tanicidad de un vino tinto reduzca su afrutado.
Los aromas son un constituyente esencial de cualquier vino. Estos están compuestos de numerosas sustancias volátiles que, al evaporarse y abandonar la superficie de la copa, nos provocan sensaciones olfativas. Estas sustancias son innumerables y pertenecen a diversas familias químicas: alcoholes, aldehídos, cetonas, ácidos y otros compuestos.
En la fase olfativa es donde la cata de un vino se convierte en un arte algo más complejo, pero, ya que los vinos están hechos para ser bebidos, es en nuestra boca donde atraviesan su examen definitivo y cuando podemos apreciar muchas de las características esenciales que los definen: su graduación alcohólica, su volumen, su cuerpo, sus sabores elementales y la armonía que se produce entre todos ellos.
Vinos dulces y semidulces
Las uvas contienen varias clases de azúcares. Algunas, como las pentosas, no son fermentables y otras, como la fructosa y la glucosa, sí. Estas últimas, al convertirse en etanol y otras moléculas a través de las levaduras, son las responsables del grado alcohólico de los vinos. No obstante, las levaduras no siempre convierten todo el contenido de azúcar en alcohol. En ocasiones quedan restos de azúcar sin fermentar (lo que se conoce como azúcar residual) que pueden variar enormemente de un vino a otro. Pero, como todo en el vino, el concepto de azúcar residual puede llevar a confusiones porque también hay otros factores que pueden potenciar o mitigar la sensación de dulzor, como los taninos, la acidez, el volumen de alcohol, o si es o no un vino espumoso. Es por esto que hay vinos que, aun siendo secos, nos pueden resultar dulces en la boca pues, al final, la sensación de dulzor depende del equilibrio entre el alcohol, la acidez y la sensación que se produce al degustarlo. Si, cuando se finaliza la fermentación, el azúcar residual de un vino está entre 12 y 45 gramos por litro se considerará semidulce y, si tiene más de 45 gramos, dulce.
- Los vinos dulces suelen ser más melosos, dejando una agradable sensación de espesor en la lengua y el paladar, por lo que el recuerdo aromático se alarga durante más tiempo.
- Los vinos semidulces suelen ser muy ricos, y con un aroma insuperable. Su grado alcohólico varía entre los 8,5 y los 11 grados. Su sabor es menos agrio y ácido que el del vino seco, pero no llega a ser dulce, Esto hace que, incluso a aquellos a los que no les gustan este tipo de vinos, los beban fácilmente. Son excelentes con quesos suaves, verduras y embutidos, y combinan perfectamente con los postres.
Hablando de vinos semidulces y aromas insuperables, en Bodegas Franco-Españolas podemos presumir de elaborar nuestro Diamante Semidulce, el blanco semidulce más vendido de España. De color amarillo pajizo con tonos dorados, en nariz es ligeramente floral destacando sus notas de fruta madura, mientras que en boca es suave y untuoso. Su característica principal radica en que, transcurrida parte de su fermentación, esta se paraliza por sistemas de frío, haciendo que conserve sus azúcares naturales, que son los que le confieren ese aroma y sabor tan peculiares.
Y también hay sitio en nuestra bodega para los amantes de los vinos más secos y frescos. Un vino elaborado para conservar su máximo frescor: Diamante Verdejo. De color amarillo pajizo con reflejos verdosos. Limpio y fresco en nariz, con aromas a hierba recién cortada, heno y manantial, y un toque a frutas ácidas y exóticas. En boca es un vino elegante, sabroso, graso. ¿Por cuál te decides?
Vinos afrutados y sus diferencias con los semidulces y dulces
Un vino afrutado es aquel cuyos aromas predominantes están compuestos de notas frutales, ya sea por la propia variedad de uva con la que ha sido elaborado o por las particularidades de la región en la que se ha producido. El adjetivo “afrutado” hace referencia fundamentalmente a la parte volátil del vino, es decir, a su aroma. Y es que los vinos afrutados son aquellos que destacan por ser altamente perfumados.
Para elaborar vinos afrutados hay que tener una variedad de uva apropiada y en su punto de madurez preciso, con mucho potencial aromático, que proceda de cepas de buena calidad y, por supuesto, realizar el adecuado proceso de vinificación: maceración prefermentativa a bajo grado y fermentación a baja temperatura, entre otras.
Entre los aromas afrutados, encontramos los cítricos (limón, naranja, lima y pomelo); tropicales (piña y plátano); frutas blancas (manzana y pera); frutos rojos (fresas, frambuesas y moras); frutos de hueso (albaricoque y melocotón); frutos secos (almendras, pistachos y nueces); y fruta seca (ciruelas pasas).
Los vinos afrutados suelen ser vinos ligeros, elegantes, de acidez equilibrada y muy fragantes. Vinos que seducen por su olor y que producen una sensación de sedosidad y amplitud. No hay que confundirlos con los vinos que nos resultan dulces en la boca, especialmente si hablamos de vinos blancos. De manera que podemos encontrar vinos afrutados y secos, que posean un potente gusto a frutas, pero que no cuenten con una alta cantidad de azúcares. Podemos decir, por lo tanto, que un vino afrutado puede ser dulce, semidulce, semiseco o seco. La incongruencia radica en que muchas veces usamos la palabra “dulce” para referirnos a un vino afrutado y la palabra “seco” para hablar de un vino poco exuberante. Y es que, en muchas ocasiones, nuestro cerebro nos juega una mala pasada y nos hace asociar aroma frutal con dulzor, cuando el primero afecta al olfato y el segundo, al gusto.
Quizás la mejor conclusión que hayamos podido extraer es la que terminamos sacando siempre que hablamos de vino: que todos, ácidos o dulces y afrutados, tienen su momento y su ocasión, y que podemos tomar el que más nos guste sin obsesionarnos con lo que nos digan los expertos. Y es que, como ya hemos dicho, el placer que proporciona una buena copa de vino es siempre subjetivo.