Una de las cosas más apasionantes del vino es que es un producto vivo y cambiante. Esto hace que una vez producido, vaya evolucionando y mostrando diferentes matices aromáticos, de sabor o de color. Lo hace durante su proceso de envejecimiento, si lo tiene, dentro de barricas de roble que imprimen en el carácter del vino la influencia de la madera. Pero el vino también evoluciona dentro de la botella, una vez que ha sido envasado. Y este tiempo de evolución dentro de la botella es igualmente importante que el envejecimiento en barrica, ya que es entonces cuando las características del vino pueden desarrollarse. Es cuando el vino alcanza la armonía y la estabilidad, alcanzando el momento óptimo para su consumo cuando transcurre un tiempo en botella similar al transcurrido en barrica. Así, la botella, más allá de ser un mero recipiente contenedor, cumple una función vital para la correcta guarda y evolución de los vinos, siendo capaz de modificar algunas de sus características durante el tiempo de guarda. Y uno de los factores que más influyen en este sentido es el tamaño de la propia botella. Aunque quien más y quien menos estará familiarizado con el tamaño estándar de la gran mayoría de botellas de vino, el de 0,75 l, lo cierto es que existen otros tamaños que podemos encontrar en el mercado. Hoy dedicaremos unos minutos a descubrirlos y a conocer la razón de ser de estos otros tipos de botellas de vino.
La botella de 0,75 l
La botella de vino de 0,75 l es el estándar más utilizado en la producción y la comercialización del vino en todo el mundo. Una de las teorías más extendidas sobre el origen de la estandarización de esta medida apunta hacia los tiempos de la Antigua Roma, en los que se establecía en estos 0,75 l la ración diaria de vino que debía consumir un hombre adulto. Esta medida se vendría arrastrando hasta el siglo XVII, momento en el que comienzan a fabricarse botellas de vidrio para la guarda del vino de forma artesanal. El uso de este nuevo material se justifica por su mayor capacidad de estanqueidad y su menor porosidad respecto a las que presentaban recipientes de barro y arcilla, como ánforas o cántaros; de madera, como los barriles, tinajas y toneles; o elaborados con pieles de animales, como botas y odres de vino. Así mismo, su combinación con el uso de un tapón de corcho permitía un cierre cuasi hermético, posibilitando una mínima transferencia de oxígeno que favorecía la evolución lenta y controlada del vino dentro de la botella. A partir del siglo XVIII ya se consiguió un muy buen nivel de estanqueidad en las botellas de vidrio para vino y a partir de 1821 estas comienzan a ser fabricadas en serie en el Reino Unido. Desde entonces y hasta hoy, la producción de las botellas de vidrio ha variado muy poco, aunque sí se han introducido diferentes normativas y regulaciones internacionales que han terminado de alzar a la botella de 0,75 l como el recipiente universal para el transporte, el comercio y el consumo de vino.
En los tiempos de la Antigua Roma, se establecía la ración diaria de vino que debía consumir un hombre adulto eran 0,75 l.
14 tamaños diferentes de botellas de vino
Pero el hecho de que la botella estándar de 0,75 l sea la más utilizada, no quiere decir que no existan otros tamaños, más o menos comunes, con los que podemos encontrarnos en los mercados. Los 14 más comunes, muchos de los cuales curiosamente aluden a nombres de personajes bíblicos, serían los siguientes:
- Benjamín, Piccolo, Split o cuarto de botella – 0,1875 l
- Tres octavos o media botella – 0,375 l
- Botella estándar o tres cuartos – 0,75 l
- Magnum – 1,5 l
- Doble Magnum o Jéroboam – 3 l
- Réhoboam – 4,5 l
- Mathusalem o Imperial – 6 l
- Salmanazar – 9 l
- Balthazar – 12 l
- Nabuchodonosor – 15 l
- Melchor – 18 l
- Salomón – 20 l
- Primat – 27 l
- Melchizédec – 30 l
Como vemos, es posible encontrarse con diferentes tamaños de botellas de vino. Y esto no es casual: el tamaño importa. Mientras que en el caso de las botellas de tamaño inferior a 0,75 l su fabricación obedece a necesidades de logística y servicio en lugares en los que el espacio es limitado, o para ser servidas de forma individual, en el caso de los tamaños superiores, estos se emplean para mejorar la evolución del vino. Y es que las botellas de mayor tamaño implican que la proporción entre oxígeno y vino dentro de la botella resulta menor que en el caso de la botella estándar. De esta manera, la evolución del vino es más lenta, propiciando el desarrollo de un vino más armonioso en sus características aromáticas y gustativas. Por este motivo, las botellas de mayor tamaño suelen ser objeto de deseo de coleccionistas o conservadores de vino, ya que la lenta evolución del vino en su interior permite alargar su ciclo de vida. En contrapartida, claro está, este tipo de botellas suelen ser proporcionalmente más caras que las de tamaño normal. En parte también, porque se envasa un número muchísimo menor de este tipo de formatos, por lo que se encarece su precio de producción por unidad.
¿Y la forma?
Aunque los avances tecnológicos cada vez hacen más fácil la posibilidad de producir botellas en diferentes tamaños y formas, lo cierto es que la mayoría de las botellas de vino que encontramos en el mercado se adaptan a algunas de las 5 formas básicas más empleadas:
- La botella de tipo bordelesa. Es la botella de vino más utilizada y la más común en los mercados. Esta botella se caracteriza por su forma cilíndrica y sus hombros altos. Su morfología la convierte en la botella perfecta para ser almacenadas en posición horizontal sin perder estabilidad.
- La de tipo Borgoña. Es el tipo de botella más antigua. Presenta formas más estilizadas que las de la botella bordelesa, con una transición más suave entre los hombros y el tronco de la botella.
- La botella tipo Rhin. Similar a la botella de Borgoña, esta botella es estilizada, alta y de cuerpo más fino. Es típica de la región del Rin, en Alemania.
- La botella de cava o champán. Similar a la de Borgoña, se caracteriza por emplear un vidrio más grueso y por la marcada concavidad que presenta su base. Esta configuración permite a la botella soportar las altas presiones a las que están sometidos los vinos espumosos.
- La botella jerezana. Esta botella sería una reinterpretación española de la botella bordelesa y es típica de los vinos de Jerez y alrededores. Suele presentar un cuello abombado y un doble gollete en la parte de la boca.
Como vemos, aunque la botella de vino más común es la de 0,75 l, lo cierto es que podemos encontrar diferentes tipos de botellas en función de su tamaño y su forma. Cada uno de estos diseños obedece a diferentes necesidades: facilitar su almacenaje y transporte, mejorar la evolución y envejecimiento del vino durante la estancia en botella, etc. Ahora que las conocemos, sabremos decidir cuál es el tamaño más conveniente para cada ocasión.